martes, enero 26, 2010

Viajeros

No pretendamos creer que los viaje son siempre divertidos. O que soportamos el "jet lag" por placer. No pasamos diez horas perdidas en el Louvre porque nos guste, y la vista desde la cima de Machu Picchu probablemente no compense la molestia ocasionada por la pérdida del equipaje. (La mayoría de las veces, necesito unas vacaciones después de las vacaciones.) Viajamos porque lo necesitamos. Porque la distancia y la diferencia son la pócima secreta de la creatividad. Cuando llegamos a casa, el hogar sigue siendo el mismo. Pero algo en nuestra mente ha cambiado. Y eso lo cambia todo.

Jonah Lehrer.

martes, enero 05, 2010

Puravida

Un tal Lennon dijo una vez: “La vida es eso que pasa mientras hacemos otros planes”.
Hace tiempo, quizás demasiado, yo pensaba que esta era una frase recurrente, como las que se usan en foros pseudoculturales cuando se quiere introducir un concepto de filosofía barata. Una frase contundente, con chispa, pero sin sentido aparente.
Hace aún más tiempo yo nací en una ciudad pequeña en la que todo el mundo conocía la cara de todos y en la que los niños podían jugar por la calle. Fueron buenos tiempos; tiempos en los que los pueriles ojos de aquel muchacho de provincias absorbían las experiencias que día a día le iba regalando la vida. Una vida que saboreaba completamente; que contemplaba en directo, sin aditivos, sin intermediarios. En aquellos momentos no le daba valor a las cosas cotidianas que desfilaban ante mi atenta mirada. Recuerdo lo emocionante que era subirse a aquella tapia tan inexpugnable, pero que tantos secretos escondía... o eso me gustaba a mi pensar. O las casas abandonadas que nos invitaban a penetrarlas en silencio. Sin mas malicia que la curiosidad, entrabamos a hurtadillas; sin más miedo que el del dueño cabreado por haber allanado su propiedad. Sin más problema que el de salir corriendo en el caso de que esto aconteciera. Corriendo sin vergüenza, libre por los caminos de las afueras de la aldea; entre nervios y risotadas, complicidad e ilusión. Eran tiempos que pasaban sin pensar, pero que ahora recuerdo con gran emoción. Quizás no sepa que corbata use el lunes pasado, ni que película quería ir a ver este sábado, pero no olvido la mirada pícara del Chechi, los desvaríos del Pepino ni a Oscar, Pepe, el Milpelas, Dominguito, Taco, el Chino... tanta gente que quedó en el camino y otros, que gracias a Dios, aún siguen a mi lado.
Cuando eres más joven y estas con ese amigo que te aporta todo el valor que a ti te falta, piensas que nada en el mundo sería capaz romper ese lazo. No imaginas razón alguna por la que nos podríamos alejar hasta el nivel de no hablarnos. No obstante, ya de pequeño, me gustaba analizar el comportamiento de los demás, y los adultos me fascinaban y me daban miedo a la vez. Este terrible hecho que comentaba, el de dejar de ser uña y carne con mi mejor amigo, algo imposible por supuesto, parecía que podía haber ocurrido con nuestros padres sin ir más lejos. Sí, el Chechi, mi alma gemela en la tierra, tenía un progenitor que había compartido aventuras con el mío. Cuando estábamos solos, mi padre me contaba que solía gamberrear con el padre de mi compañero; que se tiraban horas y horas charlando y meditando como cambiar las cosas que se cocían a su alrededor... ¡justo lo que me pasaba a mi con el Chechi! Pero entonces – me preguntaba - ¿como puede ser que ahora cuando se ven, se saluden tímidamente?¿que hacen que no están todos los días llamándose para ir a echar un partido de fútbol? Ellos tienen todo lo que nos falta a nosotros; dinero para comprar un buen balón y tiempo extra porque no tienen deberes...
Algo incongruente estaba ocurriendo. Unas incógnitas demasiado cercanas que me hacían prever ciertos comportamientos... Aunque en ese momento me faltaban infinidad de variables para contestar a esa pregunta; muchas de esas variables se encontraban muy lejos de mi entorno, a kilómetros y kilómetros de mi querida tierra natal. Tendrían que transcurrir varios lustros para que este triste galimatías empezara a tener sentido. Pero eso es otra historia.
Pasaron los años y llego el momento de ir a la Universidad. Esperaba que este periodo fuera un punto de inflexión; el separarnos de nuestras familias y de nuestra gente, marcaría el inicio de una nueva vida. Una vida en la que perseguiríamos todas las “bonanzas” que se nos niegan en aquel pequeño pueblo que no dio cobijo en la infancia. Es fácil renegar de lo que nos rodea, porque el ser humano es inconformista por naturaleza. Muchos creían que nuestra aldea era poco menos que una cárcel habitada por seres humanos de baja calaña y de poca cultura... todos los que pensaban así, y huyeron de aquella falsa prisión, deberían pararse a reflexionar si no ha sido al revés; si no han caído ahora entre las rejas de la cotidianeidad. Es muy fácil deslumbrarse ante el glamour de las capitales; el glamour que se refleja en televisión, revistas y demás panfletos informativos. En mi caso, no envidiaba nada de las urbes que nos rodeaban; tenía la creencia, que este minúsculo asentamiento donde vivía era lo más precioso del universo. De hecho, recuerdo que de muy pequeñito confundía el concepto de España y Alcázar (mi pueblo); con la edad, me sentí contento de diferenciarlos; pero con más edad, entiendo perfectamente por qué aquel joven 'yo' mezclaba los conceptos de estado y localidad... Afortunadamente, he viajado mucho y he podido analizar la forma de ser de las personas en diferentes entornos; en diferentes países. Todos somos iguales y todos buscamos lo mismo; la felicidad; el problema es que no sabemos la definición de tan recurrente concepto.
Volviendo al momento en el que decidí ir a la universidad, lejos de mi casa, la idea era algo así como estudiar, para trabajar en un buen oficio y ganar mucho dinero, con el fin de... ¿ser feliz? Ese tema aún no estaba claro; y al no tener clara la finalidad, decidí estudiar algo que me gustara; que aportara algo a mi mente y a mi alma; que me hiciera sentir en paz y orgulloso. Lo del dinero vendría después; ya habría tiempo de saber como ganarlo. En ese momento había que vivir la vida, disfrutar con las amistades que seguían dispuestas a creer que la felicidad estaba más cerca de lo que parece; que el futuro es el presente y el presente está en los seres queridos. Era el momento de disfrutar esa cosa que solo pasa una vez en la vida: la juventud. Había que hacer locuras, había que explorar el mundo, había que seguir empapándose de todo lo que pasaba a nuestro al rededor. Ese niño que ya tenía barba, seguía con las mismas inquietudes que hace ya varios años. Y de la misma forma veía como su entorno cambiaba inexorablemente. Algunos se alejaban de su gente para buscar nuevas experiencias en el extranjero; otros se ataban a una mujer sin saber muy bien porqué. Los había que prescindían de su adolescencia para estudiar una dura carrera que les solucionaría su vida adulta... Decisiones cuyo grado de racionabilidad se aclararía con el tiempo... en un tiempo venidero... pero en el día a día, dejarán de conocer las inquietudes de su mejor amigo, se perderán un beso de la chica más guapa de su pueblo, las tortillas de patatas que todos lo viernes hace mamá, los lamidos de ese cachorro que compramos hace tiempo, los idilios de los compañeros de instituto, como se ven las estrellas mientras hablas con tu vecino de como ha cambiado el barrio, los sueños de aquellos que han crecido contigo, una caricia de una bella muchacha que siempre te he tocado el corazón... Cosa simples de la vida, pero que se pierden en la lejanía de la ambición. Ambición por buscar lo que no tenemos, ambición por tener un futuro repleto de dinero, ambición por ganar cueste lo que cueste; por ganar perdiendo lo que teníamos.
Mientras tanto, el implacable tiempo seguía pasando y el momento de otorgar la razón, cada vez esta más cercano; unos, que ya no tienen amigos, sino conocidos, han conseguido un brillante trabajo que les permite tener cantidades ingentes de dinero metido dentro de un banco; dinero que no pueden gastar porque su horario laboral no les deja tiempo para nada. Entran a las 8 de la mañana y con suerte a las 11 de la noche están en casa. En casa, cansados, tristes y cabreados; gritan a su amada pareja, maldicen su existencia y, sin tiempo para más, se meten de nuevo en la cama para darse el madrugón cotidiano. Otros, han progresado mucho lejos de su pueblo; han progresado en una gran ciudad repleta de ruido, coches y prisa. Se han casado y han tenido un hijo; ese hijo no puede salir a la calle a jugar solo, porque en la gran ciudad hay mucha gente mala y es muy peligroso ser libre. La educación es lo primero y es mejor ir del coche al colegio y del colegio a casa, que estar explorando los recovecos de ese nuevo paraíso llamado 'Gran Ciudad'. Un paraíso que nos permite todo tipo de lujos, como por ejemplo, espectáculos de primera línea, ropa de última moda, establecimientos abiertos a todas horas, medios de transporte recorriendo toda la urbe... Lujos que no son gratis; lujos que son demasiado caros. El ánimo se va por los suelos cuando para poder disfrutar de la Gran Ciudad tienes que trabajar 14 horas al día; cuando para moverte necesitas un automóvil; cuando todo vale el doble de su precio; cuando las personas se convierten en números y las sonrisas desaparecen de la cara... Pero no hay que preocuparse; no nos quedara tiempo para percatarnos de esto. Muchas veces creo que somos como el viajero de aquel cuento que leí hace unos meses; un viajero que hacia una y otra vez la maleta porque no estaba seguro de haber metido todo lo que debía llevarse en su viaje. Y siempre estaba haciéndola y deshaciéndola, repasando una lista con lo necesario para su periplo; así iban pasando los días y al final nunca iba a ningún sitio...
Acabaremos pensando, que el ideal de felicidad es que llegue el fin de semana para disfrutar de las excelencias de las capitales, tumbados en un sofá viendo lo que pongan por la televisión; que gracias a nuestros esfuerzos juveniles, hemos conseguido la libertad absoluta en una casa de nuestra propiedad; metidos entre cuatro paredes de 'oro' que nos obligarán a trabajar 14 horas diarias hasta que tengamos 65 años. Entonces seremos dueños de nuestra vida. De una vida que se estará acabando sin darnos cuenta. Una vida que desperdiciamos, porque nos creemos que desplazándonos en un automóvil tenemos mucha más fortuna que el pobre minusválido que va unido a su silla de ruedas; que la decisión de estar tumbado en un sofá es mucho mejor que la falta de opciones del enfermo que esta postrado en una cama; que el no ver la luz del día por motivos laborales es infinitamente mejor que el estar en una cárcel por motivos políticos... Estamos tan ciegos que insultamos a la gente que de verdad no puede disfrutar de la vida. Esos niños que sonríen cuando les regalas un bolígrafo, esos esclavos que piensan que hoy es su último día en la tierra, esa gente que no puede comer porque los soldados les quitan la comida, esas mujeres que lloran porque saben que mañana les van a violar, esos ancianos que ya no se pueden mover de una cama... todos esos seres humanos son insultados cuando despreciamos la vida. Por eso pienso que tenemos que saber lo que nos está pasando, no debemos tener más plan que vivir; hay que disfrutar de la existencia, ver la sonrisa de tu amigo cuando le cuentas como fue el primer día de colegio, sentir el abrazo de tu perro cuando se abalanza al llegar a casa, sentir la emoción de leer el libro que te regalo tu abuelo, llorar cuando ves los ojos de una chica enamorada, ver amanecer tumbado en la playa, contemplar la aurora boreal con alguien que te quiere, irte lejos y cerca con los que siempre te has emocionado, correr riendo bajo la lluvia, gritar cuando tienes ganas, ver como tu hermano sigue pasándoselo en grande jugando durante horas, coger a tus padres y darles un abrazo, perderse en la ciudad andando sin rumbo fijo, cantar, besar, hacer el amor, buscar algo perdido, encontrarse a si mismo, ser pequeño y luego grande, no olvidar y estar preparado para aprenderlo todo...
Ahora mejor que nunca, entiendo perfectamente la frase del malogrado Lennon, y como epílogo de este ensayo, solo quiero escribir una cosa:
¡Gracias Vida!