sábado, abril 14, 2007

REIKIAVIK -07

Dicen, que la soledad más absoluta se consigue rodeado de gente. Bien es cierto, que si te sientes solo entre la multitud, es que realmente tienes un corazón desconsolado. Y no uno, sino dos corazones se encontraban perdidos en un mar de almas allá por el fin de marzo; un mar de almas en un muelle de aire; zozobrando sin sentido por el gris camino de la confusión; queriendo escapar de las adulteras garras del ostracismo.
Solo. Desolado. Sin más anhelo que el de escuchar las palabras sabias que el amigo da; sin más esperanza que la de vencer al estúpido azar que se ceba conmigo una y otra vez, mostrándome su baraja, mientras yo le muestro mis dientes. Hoy no jugaremos al mus; hoy tengo los colmillos afilados y la boca me sabe a sangre. La Pérfida Albión nos espera; es el tributo que debemos pagar por salir del laberinto. Un tributo que cada vez pesa mas y es más dorado; pero hoy no besaré el suelo. El fin del mundo está lejos; pero yo no tengo prisa. Dos horas o quizás más; no me importa. Mi fuga no tiene vuelta atrás... rendido, burlado, el cromado destino nos brinda otra oportunidad. Unas alas que eran nuestras, un periplo que acabo comenzando, una historia que llegará al papel. Una retórica historia que se pintó de blanco conforme la tinta se convirtió en hielo. El tiempo perdido, tiempo ganado en las aguas del ártico. La llave, al fin, era nuestra salvación. Nadie recuerda los que murmuramos a las nubes, ni las plegarias que hicimos tan cerca del cielo; pero lo que si puedo contar es el palpito que sintió nuestro pecho cuando el ocre blasón que vistió nuestra patria, se tornó en azul sueño y rojo venganza. Venganza hacía los astros que permiten que los niños se hagan hombres y los hombres se hagan piedras; venganza hacia los que escriben promesas en el agua. Aquel sábado, en la isla helada, tres que prometieron brindar en la noche boreal, beben güisqui bajo la invisible aurora que espera impaciente a tan intrépidos aventureros....
La luna rinde pleitesía al sol, mientras los fríos lugareños cantan y ríen embriagados por el alcohol de platino. Es curioso ver como esta buena gente, ha sido pervertida por sus ricos vecinos continentales; ahí vemos a Sigurd (hijo de un pescador que amasó una pequeña fortuna mientras se jugaba la vida en el mar) borracho en el suelo mientras Vidar (nacido en el seno de una familia de granjeros) le orina en su pálida cara; mas delante está Gunnar (estudiante de filología escandinava), vomitando los 3 litros de cerveza germana que ingirió hace una hora; en aquel banco de madera está Erika (preciosa damisela de dorados cabellos y profundos ojos verdes), reina de cualquier fiesta en mi vetusta península, abalanzándose sobre Wayne (un inglés desfasado y repudiado por los suyos), que la desprecia y la aparta con violencia. Cerca podemos ver Anne cantando con pasión y bebiendo sin mesura; en una pequeña trifulca se encuentran enzarzados Stein y Hans... más allá se abrazan Kira y Laru... a lo lejos Hereidar se desnuda para recibir al día como recibió la vida... cerca de la carretera se escuchan los gritos de Eidur, que ahora solo son murmullos... en el puerto la gaviota Frida planea plácidamente sobre la calmada mar... en las montañas, solo se oye el silbar del gélido viento norteño... en la abrupta estepa volcánica los nobles petisos relinchan para dar la bienvenida al nuevo día; el tranquilo día al que siempre da lugar una ajetreada noche...
Dulces sueños de amor, recorren mi intranquila mente; sueños de esperanza tan lejos del hogar. ¿Falsas ilusiones quizás? No lo sé; hoy solo recuerdo una risa, una mirada desde abajo; unos ojos angulados que nunca quise perder; una infinidad en cada suspiro y en cada suspiro un anhelo; vivo en un tiempo remoto donde el deseo no sabe de errores; dónde las almas no saben de privilegios; donde la penumbra nunca deja que reine la luz. Ahora es temprano; aquí cerca del polo norte, donde el aire no se masca y las nubes son las reinas. Es tiempo de seguir la senda que Julio Verne imaginó un día. Viajamos durante cerca de una hora, por una caliza carretera secundaria. El silencio es norma en aquellos parajes; silencio que regenta la longeva pradera de musgo. Unos metros flotando por la verde alfombra que forma este curioso vegetal hasta adentrarnos en la cueva que lleva al centro de la tierra; o al final del camino. ¿Encontraremos respuestas en tan crucial lugar? Esperemos que sí. Tierra húmeda, piedras destartaladas y caminos demasiado angostos. Todo esto para poner a prueba nuestra olvidada faceta aventurera; prueba más que superada al concluir el trayecto; un trayecto coronado por los huesos de algún infeliz animal que sirve de morbosa atracción turística. Esos carozos de difícil clasificación es todo lo que encontraremos en aquella cueva olvidada; tan olvidada como yo; tan olvidada como nosotros... es hora de despertar y seguir caminando... el termómetro nos recuerda que el valor negativo existe, mientras flirtea con el número 0 constantemente. Pero esto no quiere decir que no podamos flotar en una laguna humeante; humeante y azul. El olor a azufre nos recordaba lo cerca que podíamos estar del infierno... pero si así es el infierno, yo quiero reposar allí. Cerré los ojos durante unos minutos y abandoné mi maltrecho cuerpo; todo el atezado momentáneo que resulta de la pérdida de visión, se va volviendo añil poco a poco. Las palabras son ininteligibles; los insultos se convierten en dulces murmullos; los versos de amor se convierten en delicados susurros... ya no tengo ni frío ni calor; ya no siento ni miedo ni pasión. Soy una entelequia neutra que percibe sin sentidos. Unos sentidos que me traicionan dentro de ese solitario cuerpo que flota sobre las aguas del lago. Inerte, inexpresivo, inseguro y abandonado... Esa es la persona a la que todos juzgan; esa es la forma que me quieren dar a mi, su alma. Estúpidos. Me queréis matar enjaulándome en un molde de racionalidad... pero no os lo pondré fácil. Esa funda a la que podéis dañar, acabará por escucharme: “Entiende lo te que digo; no desprecies el cariño; no vendas tu corazón; no te alejes del regazo que te vio nacer, que te vio nacer, nacer, nacer, nacer...” Los pulmones se me llenan de agua y resurjo violentamente del cercano fondo de la laguna humeante... Todo sigue tranquilo. Mis amigos, están a mi lado; mirándome; asistiendo. No necesito más explicación; el azufre huele a paz; la garza calma me mira de nuevo a los ojos.
No sabemos lo que pasó en aquel azulado lugar, ni por qué nos sentíamos tan bien, pero lo que es seguro es que aquella noche, los tres que se conocieron en la meseta, tuvieron sueños del mismo color.
El gallo no canta en la aldea, ni nadie perturba el descanso. La armonía se mantiene hasta que los párpados de nuevo se abren para percibir una nueva jornada; una taciturna jornada, que nos recibe con una grisácea bóveda celeste. Esta vez, aderezada con una sutil llovizna que refresca aún mas el delicado ambiente. En el poblado vikingo, las tabernas para yantar cierran pronto; es hora de disfrutar de los frutos que el mar le regala a esta isla. Un elegante restaurante hace las veces de mesón; un mesón con velas y con una exquisita atención. Una pequeña camarera nos ofrece unos aperitivos de bacalao. Embobados contestamos que de acuerdo. Parecía una princesita convertida en vagabunda; con la nariz menuda y los ojos del color de una amatista. Llevaba el pelo recogido en una estirada coleta; pelo negro zaino a juego con el esmalte de sus uñas; unas uñas que decoraban las finas manos castigadas de una camarera prematura. No debía de pesar más de 40 kilos, y su mirada delataba que no era feliz. Quizás porque quedó huérfana a una temprana edad; quizás porque perdió el amor de su vida y se vio sola en el mundo; puede ser que aún piense en encontrar ese amor. Allí en la lejana capital Islandesa; con sus bajas casas y su cambiante clima; con sus días infinitos y sus noches sin luz. Rodeados de conocidos que saludan al amanecer y besan en el crepúsculo. Tan cerca del mar y de las heladas montañas. Dónde los coches de motor, suenan como coches de caballos. Entre el frío invierno y la cálida bruma estival. Una dama solitaria hablando con tres hidalgos desterrados; sin palabras: “no busques en el cielo lo que tienes en la tierra”, me musita al oído. Yo la miro como si fuera una diosa y de nuevo lloro. Y espero una señal. Una señal que nunca llega. “Persigue lo que anhelas y no te detengas en mis inertes labios”, de nuevo me susurra mientras besa mi mejilla. Se desvanece tras la cortina de la cocina; unos segundos o unos años después aparece con nuestros manjares: langostas del ártico rellenas de deseo. Un sabor mudo nos invade a los tres al tiempo; nada antes probamos igual y nada después nos saciará de la misma forma. Un buen autoregalo como colofón a la colonización de aquella gélida villa. Desde una torre en el centro de Iberia, llegamos al país donde partió la primera nave hacia América; ahora sus calles son nuestras y oyen hablar el abrupto castellano; nadie nos puede detener; ni el mar, ni las rocas, ni la lejana fortaleza del faro, ni la lengua, ni viento ártico, ni la nieve, ni las nubes, ni las estrellas... Todo puede ser nuestro; aunque ya solo necesitamos un mullido catre para terminar otra intensa jornada de amistad y meditación, a espera de que el nuevo sol nos regale más vida en forma de armoniosas visiones.
El tiempo se acaba y el círculo se cierra. El dorado círculo. Un anillo creado por el brazo de un Leviatán eterno. Alquimia de primer orden, donde los abundantes elementos han permitido que el paraíso tenga forma de llama. Entre la piedra esculpida a lo largo de las centurias, el héroe se empequeñece; se vuelve del tamaño de un punto suspensivo hacia la evolución definitiva. El camino es largo y las horas pasan golpeando cual bofetadas imperceptibles. Estoy nervioso; inquieto. La voz de otros, vuelve a perturbar mi cabeza. La soledad nunca es completa; quizás esto la hace aún más incomoda. No sé por qué estoy perdido donde nadie se encuentra; donde el horizonte tiene forma de bóveda azulona; donde la esperanza es una meseta como la que me dio cuna; una meseta perfectamente plana y desértica; con una pequeña casa construida sobre trigo. Allí vivo yo. Y tú. Aunque no lo sabes. Estas en una foto con marco esmeralda; dentro de cuatro paredes de fuego. El fuego denota peligro; calor; intensidad. La intensidad suprema que concluye con las inertes cenizas de mi mejor amigo. Te propongo un trato: visita mi corazón de combustión perenne. Esta sucio y descontrolado; esta dividido y perturbado; esta cerca y lejos. Pero nunca se apaga. Solo debes confiar en ello; una promesa así no se debería decir nunca... y nunca debería haber probado tu amor imposible... tan suave y brutal; tan delicado como el agua fresca que emana del manantial de nieve licuada; bajando por las pedregosas montañas, dibujando líneas cada vez mas zigzageantes; cada vez mas gruesas; cada vez más profundas. Viajando entre peñascos, el afluente se vuelve río y el río se vuelve torrente... un torrente que fluye por el aire en forma de cortina de caos. El caos me habla: “¡Shhhhhhh! Silencio. Tus gritos aquí no se oyen. Tus pensamientos no los recordarás. Ahora confía solamente en tus oscuros ojos. Mira como soy de impredecible; mira como lloro como tu nunca lo harás. ¿acaso no es maravilloso? ¿acaso mi desafío a la física no es tan real como el peso de una manzana? Calla y asiente sin debatir el sentido de mi presencia. Calla y escucha mi bramido ancestral. El bramido del agua impertérrita y materna. En un pozo que asciende o desciende, como lo imagines será... como lo imagines vendré a tu memoria...” Ahora comprendo como sabe el sosiego; la paz interior. Mis amigos también lo probaron. En el restaurante del fin del mundo, nos volvemos a conocer. Nos conjuramos para olvidar el deseo de venganza. Ese sucio pensamiento que el miedo engendra en las mentes urbanizadas... Aquí no hay casas, si no hogares; hogares que regala la cálida tierra que pisamos. Hogares edificados en el subsuelo, en el corazón del origen; chimeneas invisibles denotan la existencia de vida más abajo de nuestros pies. Sorprendente y maloliente signo de dinamismo; el azar existe y lo tenemos delante. No esperes un reloj, ni tampoco un metrónomo. No impacientes ni tampoco desesperes. Todo ocurrirá cuando tenga que ocurrir. Las máquinas residen lejos de aquí; lejos de ti; lejos de tu analógica existencia... ahora ¡¡vive!!
Como en todo recorrido a un circulo, siempre se vuelve al punto de partida. De nuevo en el lar; donde el guerrero buscará descanso o guerra. No importa. Solo pensamos en llegar al cenit de tan desconcertante periplo. La culminación que en el sexo se alcanza con el orgasmo y que en la filosofía nunca se logra. Era el momento de conocer la razón que nos había traído hasta aquí. La revelación final necesita un estado de trance; un trance que te va sumergiendo en la oscuridad más profunda. La noche cae y la luz se oculta. No sabemos donde estamos, pero tampoco tenemos miedo; ni impaciencia. Los ojos se clavan en el firmamento y veamos cosas que nunca antes percibimos; y las teníamos delante cada crepúsculo; en 10.950 anocheceres... Estrellas que sonríen, nubes que se disculpan, negro que antes era azul, astros brillantes como las almas de los que más amamos, huecos de energía como el que se produce en mi pecho cuando siento que la he perdido... tan lejos y a mi lado; tan real como imposible...
El aire deja de oler azufre y el viento cada vez es mas gélido; la madrugada se va vistiendo y aún no hemos conseguido creer. Voces se oyen en el cubículo de viaje: “puede ser de mil formas y colores; la hay rosa, violeta, verdosa, blanquecina... dibuja formas en el cielo; dibuja sueños; está en el norte y en el sur; cada día o cada década; en invierno o en verano; podemos sentirla, observarla, fotografiarla, imaginarla...” El tiempo pasaba y cada vez nos acercábamos más al final... aunque era necesaria la fe. Miré a mis amigos y los vi con las mismas ganas que cuando empezó la aventura; tan ilusionados como yo; tan inquietos como el niño que aún no falleció en sus corazones. Ahora si creíamos; confiábamos en nuestra amistad; confiábamos en la naturaleza y el azar con la que está se rige. Era el momento de soñar... de soñar fuera de las ventanas. Una lágrima con forma de paloma se dibujó en el cielo; era el sol quien lloraba, porque amaba a la noche y nunca podía verla. Sufría por ser tan brillante y la luna tan oscura; por estar siempre juntos pero a la vez separados. Rezumaba polvo esmeralda que vestía a la oscuridad con una penumbra de esperanza. Era maravilloso. Tres que confían, miraban al firmamento con optimismo; amando a la vida como nunca antes la habían amado; no solo su propia vida, sino la vida en general. De la mano y en silencio; observando el leve manto de diamantes que el día le regala a su querida noche. Desplegándose en calma por la infinidad absoluta. Reflejando sus destellos en la virginal nieve que deja reposar nuestro material cuerpo. En equilibrio. Meditando. Riendo y sollozando. Esperando que esto nunca termine y que el milagro de tu pasión me devuelva una mueca; ante tal belleza solo puedo recordar una cosa; solo puedo necesitar una caricia... de tus labios. Yo si que comprendo al sol y comparto su dolor; el terrible dolor de no poder abrazar a quien duerme a tu lado; el terrible desazón por no escuchar la voz de quien amas; la terrible pena que lleva el que brilla en soledad...
Fuego y agua, reflexión y amistad. A menos siete grados de temperatura. En la lejana Escandinavia, obtuvieron las respuestas que necesitaban; se encontraron con ellos mismos. No importa las penurias del periplo, ni los percances de tan curiosa epopeya; los recuerdos serán puros; tan puros como los paisajes de la blanca Islandia, con sus imposibles formas y su innombrable alegría. Energía vital para los que buscan y encuentran...