miércoles, julio 20, 2005

A citizen in New York (Capitulo 8)

Estamos llegando al final de esta aventura y de este pequeño diario, alguna cosa se me habrá olvidado pero como ya dije no seria tan importante si en mi mente eso ya no existe. Es día 6 de Julio en Manhattan y yo he de reconocer que los días que tengo que coger un vuelo me mentalizo de que quiero ir descansado porque en el avión no descanso apenas nada y me resulta muy incómodo, me encanta viajar en aviones pero a la vez les tengo mucho respeto.

En el hotel había servicio de gimnasio para poder ir invitado al New York Health & Racket Club, le pedí al conserje un pase de invitado y marché para allá, el club se encontraba en la Calle 50th entre Park Avenue y Madison Avenue, eso estaba cerca del hotel. Una vez allí me dedique a relajarme, estuve en la piscina, en el jacuzzi y en la sauna, enseguida me curé el principio de resfriado que habia pillado a causa del fuerte calor debido a la humedad y de la potencia de los aparatos de aire acondicionado que tienen alli. En el club casi toda la clientela era gente mayor (supongo que ejecutivos) y de mujeres que aqui les llamamos señora de ..., no tendrían mejor cosa que hacer.

Quedamos con Alfonso para comer y así poder despedirnos de la gente del banco y de él. Fuimos a comer al restaurante Tao, otro de los restaurantes de diseño en Manhattan, ante nosotros teníamos una escultura de un Buda de unos 20 metros y nos sentaron en una mesa que era de piedra y tenia agua y velitas flotando, la comida muy chic y sobre todo picante, como todavía estábamos en la semana del menú a 20 dolares pues nos salió económico. Era el momento de la despedida y a Fosi naturalmente pues le dió mucha pena que nos fuesemos pero en una semana nos íbamos a ver. Recogimos y nos daba cierta alegría irnos, queríamos volver ya a casa, atrás se quedaba Manhattan y el taxista nos llevaba por el puente de Queensboro para ir a Queens al aeropuerto JFK, eché mi último vistazo a mis anhelados rascacielos y la lluvia hacía que nos alegrasemos mas el poder irnos. Es una ciudad fascinante y algo que es único pero también echas de menos otras muchas cosas que tienes en casa y a otras personas que allí estaban lejos de nosotros.

El aeropuerto JFK es super feo, muy gris y nada agradable, esta vez en los controles de seguridad no tuve altercado alguno y con 50 centavos me eche una partidita al famoso Comecocos de las máquinas recreativas, el Pac Man. El avión estuvo dando vueltas hora y pico antes de salir, ya era de noche y no pudimos ver nuestra última estampa de Manhattan, ahora nos tocaba aguantar delante de un televisor de plasma gigante al rabino judio que le ponian una comida que olia muy mal, sus rezos y la discusion que se traian una joven pareja española. Teníamos escala en Suiza y se nota el cambio de América a Europa, gente super tranquila, pudiendo fumar y sobre todo realizando su trabajo de una manera relajada. Nos faltaba coger el avion de Iberia para ir a Madrid, una vez aqui notas que tenemos un calor del copon y de que mientras te has ido han seguido las obras, te encuentras el nuevo hotel Puerta de America y te recuerda al diseño de sitios donde has estado en New York y no puedes dejar de sentir que aunque alli es un mundo odioso ese caos y desastre tiene un encanto especial. Finalmente te acuerdas de Lou Reed y ya entiendes porque el ama a New York, el decia que siempre pasa algo alli y tiene razon, para bien o para mal en New York siempre está pasando algo y los perdedores se sienten más perdedores allí. Raymond Carver y Bukowski ya lo sabian. Ahora yo tambien lo se pero me hizo feliz estar junto a ellos y durante unos días ser uno más de esos perdedores.