domingo, enero 07, 2007

Arigato Japón Hachi Hi, Sayonara (Octavo Día)

Con mucho sueño igual que el domingo en Tokio cuando cogimos el shinkansen hacía Kyoto esta vez nos disponíamos con todas nuestras compras marchar hacia Osaka y coger el vuelo de regreso hacía Londres para una vez allí regresar a casa. Dejamos el New Miyako y andando a las 7:15 de la mañana fuimos a Kyoto Central Station a coger nuestro último tren bala, el que nos llevaría a la isla artificial de Kansai donde han ubicado el aeropuerto internacional de Osaka.

Quizás porque eran nuestros últimos momentos en Japón esta vez si me pude mantener despierto durante el viaje en tren y atravesamos completamente la ciudad de Osaka, tenía pinta de ser muy interesante y se veían muchos rascacielos de los que me gustan ver a mi. Me hizo especial ilusión ver por fuera el estadio de Osaka Dome que es allí donde juega el equipo de beisbol de la ciudad. En Japón los dos deportes mayoritarios son el sumo y el beisbol, cosa curiosa siendo un deporte yanki que ha tenido mucha aceptación en Japón.

Al atravesar la ciudad por un largo puente accedes a la isla de Kansai donde empezaba un espectáculo arquitectónico digno de ser visto, como ya he dicho anteriormente por un puente accedes a la isla, dicha isla la crearon los japoneses con unos pilares bajo el mar que hacen que la isla esté protegida ante los terremotos y maremotos, de hecho Kansai tuvo su prueba de fuego al poco de inagurarse que hubo un maremoto en Osaka donde perecieron 5000 personas y en el aeropuerto ni se enteraron. Es el mejor aeropuerto de los que llevo visitados porque además de la impresionante estructura creada para levantarlo está muy bien organizado y es muy agradable, fue nombrado a principios del siglo XXI como uno de las 10 grandes obras de arquitectura del siglo XX.

Sin embargo estar en ese gran aeropuerto me producía pena porque ya me volvía a casa, eran sentimientos enfrentados porque por una parte el viaje sería inolvidable por lo que había estado viendo pero por otra parte tenía ganas de volver a casa, estaba un poco harto de tanta discusión originada por la convivencia y echaba de menos a otra gente en España. En el aeropuerto para que se me pasase esa tristeza pasajera me dedique a hacer compras que ayudan mucho a entretenerte, compré tabaco japonés para llevarme a casa, desayuné en el Starbucks del aeropuerto y compré un par de yukatas, uno de chico para mi y otro de mujer para regalar. Además era muy bonito el paisaje donde veías a los barcos en la mar y casi a la misma altura a los aviones en las pistas de salida y aterrizaje esperaron para salir a sus destinos.

Una vez que ya estamos en la sala de embarque quería olvidarme de todo, me senté sólo y con el Ipod shuffle me puse música antes de embarcar en el avión, sinceramente estaba ya un poco harto de tanta chorrada. Una vez en el avión te das cuenta de que mucho inglés va a Japón y el avión de vuelta no iba a resultar tan agradable como el de ida desde Amsterdam. Los ingleses son demasiado ruidosos y la verdad es que no es agradable viajar con ellos en avión, las veces que he ido a Londres también he tenido esa sensación, yo los denominó los turistas destructivos porque van por todos los lados arrasando donde van, en vez de aportar van destruyendo y creando una imagen bastante hooliganesta de ellos.

La llegada a Londres fue desastrosa, muchos controles en Heathrow a causa de la seguridad y una espera interminable hasta que el avión de Iberia nos trasladase a la T4 madrileña, en total nos tiramos un día entero viajando y se nos hicieron las 23:00 cuando nos encontramos con Madrid. Todos nos despedimos amistosamente del viaje y mi último viaje fue en taxi hasta mi casa, por supuesto que en Tokio no me hubiesen engañado pero en Madrid al cabo de estar una hora allí vuelves a la realidad de la picaresca.

Queria terminar estos relatos sobre este viaje dando las gracias al escritor japonés nacido en Kyoto Haruki Murakami, sus libros son preciosos y en este viaje visité algunos de los sitios donde se ubican sus novelas, las sensaciones que tienes cuando lees un libro de Murakami fueron las mismas que cuando te encontrabas en algún lugar donde se han desarrollado algunas de sus historias, más de una vez me sentí como Toru Watanabe en su novela 'Tokio Blues', aunque a mi lado nunca estuvieron ni Naoko ni Midori. Gracias a Murakami tuve algunos de los instantes más felices que pasé en Japón y me imaginaba en el club de jazz que estuvimos en Kyoto que el camarero que allí se encontraba en un tiempo fue el propio Murakami cuando tuvo su propio club de jazz.